Yo no tengo al príncipe azul. No lo tengo porque no lo
elegí. Lo tuve entre las opciones, pero preferí quedarme con el azul a secas. Tengo al malo
bueno. Al brusco, el pesado, el indiferente. El que no regala flores, ni finge una sonrisa. Elegí a ese que a primera vista parece no estar ni ahí con el
mundo. Pero a segunda vista es un niño que vive descubriendo los colores, lo
que puede hacer con sus manos, consigo mismo. Es alguien que te abraza fuerte, que te mira y
te ve, que nunca deja de mirarte aunque te conozca de memoria y de disfrutar
todos tus detalles. Nunca va a dejar de quererte, siempre que tú lo
quieras. Es el sincero, el fiel, es el de una línea. Si, parece pesado pero porque dice
lo que piensa. Lo elegí por como me
mira, por su piel. Lo elegí porque lo conozco. Basta un abrazo. Lo elegí porque
sus besos son mis besos favoritos. Por como se ríe ¡Si vieran cómo se ve
cuando se ríe! Lo elegí y no me había dado cuenta de lo segura que estaba de mi
elección. Tantas veces dudé, me convencí de que yo necesitaba un príncipe
azul, yo merecía al príncipe azul. Pero yo no quiero un príncipe azul.
Imagínense por favor ¿qué voy a hacer yo
–yo- con un príncipe azul?
A mí la locura, la eterna búsqueda, lo pies lejos de la
Tierra.
A mí la luna a mordiscos, la montaña, el mar.
A mí tus rulos y tu
besos, todos. Míos. MíO
A mí... a mí déjenme el azul.