Por favor, no me dibujes nada

lunes, 22 de noviembre de 2010 12:00 Publicado por las volas de la javi

No se pintar ni dibujar. Soy mala con la línea y la percepción. No entiendo ni de sombras ni de luces ¡Y para qué hablar de dimensiones! Lamentablemente no logré nunca aprender a combinar, hasta el día de hoy pregunto antes de salir, si la polera se ve bien con los pantalones. ¡Que bruta! -pensarán ustedes- pero soy así. Y para colmo de males mi mamá es pintora; no en vano dicen: “en casa de herrero, cuchillo de palo”. En fin, no tengo paciencia para los detalles y aunque soy medio “piti” puedo notar sin excepción que mis dibujos, no tienen ni una pizca de parecido al modelo. Muchas veces me han dicho que es cosa de práctica, que no me rinda; pero créanme, lo mío no tiene solución. Recuerdo la primera vez que leí “El Principito” de Saint Exupery, me sentí profundamente reconocida con el autor, es más intenté dibujar muchas veces, no sólo una serpiente boa que se comía a un elefante, sino también al infaltable cordero. Todo sin mejores resultados. Llegué a ese punto-casi trágico-en que mi hermano a modo de consejo, me pidió que por favor no siguiera perdiendo el tiempo en dibujar y me dedicara al canto o la guitarra.

Hoy ya más tranquila puedo admitirlo, soy indiscutiblemente negada para la pintura, pero ¿saben qué? Me encanta –y lo digo con orgullo- tomar mi lápiz e intentar esbozar una especie de árbol-casa o de abeja-pájaro. Y así empecé a escribir. Curioso -pensarán ustedes- pero un día enojada (más de lo necesario) con un bosquejo de esquina de barrio, decidí retratarla con palabras; quedó, para mi sorpresa, bastante más parecida al modelo que mi dibujo original. Entonces –y todo debido a mi insufrible amor por el lápiz- empecé a dibujar con palabras los árboles, las plazas, la gente y sus historias. Hoy ya no dibujo, pero no estoy triste. El atractivo de los colores, las luces y sus sombras, el movimiento y la profundidad de las imágenes, siguen conmigo. Están aquí en forma de comas y puntos seguidos. Juegan a esconderse detrás de los signos de exclamación y suelen coquetear con los paréntesis, que a todo le dan ése toque de misterio.

Desde que escribo que me siento acompañada, guardo las imágenes en el papel, como fotografías de un ayer que no vuelve. Están ahí estáticas, pero llenas de una historia que es parte de mi vida. A veces leo novelas, cuentos, artículos y busco encontrar entre las líneas, al autor que sentado en su escritorio o a la orilla del rió, quiso narrar su romance perfecto, la historia de la familia que hubiese querido tener o una teoría sobre ése mañana que llegará, cuando él ya se haya ido. Cada libro que leo me acerca más a las personas, me conecta con tantos distintos a mí. Muchas veces me encuentro con algunos que han leído lo mismo que yo, y ¡cómo discutimos, señor! Otras veces me siento sola, con un texto que nadie parece conocer, pero aún así espero. Jamás un libro habrá de alejarme de quienes no leen, sino por el contrario, me acerca. Me incentiva a buscar en ojos, en manos, a un lector en potencia, a un hombre o mujer que quiera sentarse a pensar conmigo o solo, sobre un par de letras impresas en un papel.

Hoy sentada en el parque Araucano, quise retratar su sonrisa de joven enamorado, pero no logré captarla. Busqué entre los verbos más complejos y más simples, intenté con los adjetivos más juguetones y atrevidos, llegué incluso a rimar… pero no hubo caso. Entonces -y contra toda lógica- volví, a mi ya varias veces frustrado, intento de dibujar. De pronto (como el rayo de luz que entra por la ventana, anunciando una mañana que creíste no llegaría) descubrí un secreto muy bien guardado por artistas y literatos. La magia de su boca, el brillo de la juventud que tarde o temprano el tiempo va a robarle, la gracia de cada movimiento, no puede congelarse en un papel por muy buen pintor o escritor que sea quien le observe. Lamento decirles a ustedes poetas, que intentan incansables “hacer florecer la flor en el poema”, que lo que hace la diferencia es el presente, el regalo del ahora. Dibujen, escriban, pero sean concientes de que el alma de quien sonríe en ese momento determinado, jamás será la que graben en el papel o la tela. No pueden darle vida a lo inerte, dejen que entre por sus ojos y encante sus almas, pero no lo encarcelen en un papel. Llénense con el florecer de la rosa, agradezcan cada pétalo y dibújenlo si quieren, pero verán -así como vi yo- que jamás, (por muy vivo que parezca ese dibujo) podrá salir caminando, enamorado o riendo del papel en que quisieron dejarlo impreso.

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